La ambición, la gran perdedora de la COP 21

Por y con permiso de: David Salgado.

A día 14 de Diciembre de 2015.

Estudiante de 4º de Derecho, Universidad de Deusto.

COP 21, ¿fracaso, éxito, o un poco de ambas?

Tras la publicación del esperado acuerdo de París el pasado 12 de diciembre, conviene alcanzar una visión global a la par que particular del mismo, ya que el acuerdo tiene su vertiente positiva pero también la negativa, y es a su vez un acuerdo que ha complacido y emocionado a muchos, pero que ha, digamos, decepcionado a otros tantos.

Una cosa es cierta, es el primer acuerdo realmente global cFlag_of_the_United_Nationsontra el cambio climático en el que 195 países han logrado un consenso que se ha materializado en el documento que se ha presentado el pasado 12 de diciembre, pues recordemos que los Estados soberanos miembros de las Naciones Unidas son 193. Ello, de por sí, es ya un logro considerable que, como la creación de la propia ONU, pasará a la historia.

Y es que la Cumbre que se celebró en Copenhague en el año 2009, de la que se esperaba un acuerdo como el presente, dejó mucho que desear y ahí radica el celebrado éxito del documento de París. Lo convenido con respecto al límite de 2ºC en el aumento de la temperatura del planeta Tierra en la cumbre de Copenhague no fue, ni mucho menos, de obligatorio cumplimiento y todo quedó en un sistema de declaraciones y consultas sobre las emisiones de los países contaminantes, sin mecanismos de obligatoriedad, mientras que el acuerdo de París si fija el carácter preceptivo del acuerdo. Cabe mencionar también que, como decimos, Copenhague supuso el establecimiento del límite de 2ºC, mientras que durante las negociaciones de la COP 21 fueron muchos los países que instaron a contemplar el límite de 1,5ºC, y así se ha plasmado en el acuerdo, que aunque ha fijado el límite máximo en 2ºC se pretende lograr un límite muy por debajo del máximo.

Además, y como aspecto positivo para aquellos a los que el acuerdo de París nos ha resultado algo decepcionante en materia de ambición, el presidente Hollande ha propuesto que Francia revisará al alza sus compromisos de reducción de emisiones y de financiación antes del año 2020, y ha invitado al resto de países a que hagan lo mismo, de modo que, al menos, habrá un grupo de países que formarán la cabeza de todo el movimiento sostenible y respetuoso con el medio ambiente en el mundo.

Sin embargo, como digo, el acuerdo de la COP 21 tiene su vertiente negativa, y a ojos de los escépticos es una vertiente más amplia que la positiva.

A pesar de que el acuerdo fija el límite de 2ºC en el aumento de la temperatura del planeta, los programas de recorte de emisiones que han presentado 187 de los 195 participantes en la Cumbre no son suficientes para no sobrepasar tal límite, lo que nos dice que se requerirá más esfuerzo por parte de los países, más del que ellos mismos se han propuesto en sus planes, algo que en principio es negativo por la consecuente baja ambición que se concluye de este dato. Sí, se incluyen mecanismos de revisión al alza cada cinco años en los que tanto hincapié ha hecho Francia, pero hemos de recordar que 2050 es el año en que comenzaremos a notar los síntomas más drásticos del calentamiento global, además de los que ya se manifiestan, y si fijamos el año 2020 como el de las primeras revisiones, si las conclusiones de éstas no resultan ser las esperadas, el ser humano tendrá sólo un margen de 20-25 años para lograr un cambio sustancial en el nivel de emisiones y en el paso a economías hipocarbónicas.

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Otro aspecto negativo del acuerdo es que, de cierta manera, las obstrucciones que desde un principio se plantearon por parte de algunos países han logrado abrirse paso y perdurar hasta la adopción del acuerdo, en el que han tenido su plasmación clara al omitirse matices o no hacer referencia a aspectos que, en la apertura de la COP 21, la grandilocuencia de los discursos de los líderes mundiales dejaron muy patentes y que, como hemos podido ver, han ido diluyéndose con el paso de los días en los dos sucesivos borradores que se publicaron los días 5 y 9 de diciembre, cada cual menos extenso y ambicioso que el anterior. Por ejemplo, la negativa rotunda de países en desarrollo como China e India, primer y sexto países más contaminantes del mundo respectivamente y que agrupan a 2,5 mil millones de los 7 mil millones de habitantes del planeta Tierra, a contribuir al fondo de 100 mil millones de dólares anuales a partir de 2020 alegando que sólo los países desarrollados deberían contribuir a tal financiación, ha tenido su concesión en el acuerdo al establecer las aportaciones al fondo por parte de los países en desarrollo como “voluntarias”. Recordemos que el PIB de China es el más alto del mundo, con 17,63 billones de dólares, y el de la India, con casi 5 billones, ocupa el cuarto lugar, de modo que no son dos países que pudieran tener excesivas dificultades a la hora de aportar recursos financieros al fondo del acuerdo de París, si bien es cierto que el PIB no siempre es un indicativo veraz de la situación económica de una región o país, pero China e India son, concretamente, dos países que manejan grandes sumas de dinero anualmente.

Además, el acuerdo no habla ya de “neutralidad climática o de carbono”, como en el último borrador del 9 de diciembre, que a su vez ya modificaba el término de “descarbonización de la economía” que se manejaba en el primer borrador del 5 de diciembre. La neutralidad climática ya conllevaba la permisión de seguir consumiendo energías fósiles a cambio de actividades que contrarrestasen ese consumo como la reforestación, y el hecho de que ya ni siquiera se mencione ese término en el acuerdo final ha suscitado una fuerte reivindicación por parte de los grupos ecologistas y partidos verdes, a la que se oponen los países productores de petróleo, liderados por Arabia Saudí, que son los que más obstrucciones presentaron en este punto de las negociaciones y los que, finalmente, han visto estimadas sus pretensiones de blindar las industrias fósiles del petróleo, el gas natural y el carbón.

Por último, cabe destacar que científicos y representantes de ONGs interpretan que el punto del acuerdo referente al límite de 2ºC en calentamiento global y los esfuerzos para acercar tal límite a 1,5ºC resulta ser un movimiento a la inconsistencia, pues el objetivo es claro, pero no se marca la forma, la manera o la senda a seguir por los países hacia tal objetivo, lo que deja un margen discrecional a los países importante a la par que inquietante: importante porque los países, como Estados soberanos, serán los protagonistas del cambio y los que desarrollarán e implementarán las medidas pertinentes en sus políticas, e inquietante porque, como decimos, no hay una hoja de ruta clara y no se sabe a ciencia cierta qué se ha de hacer. Esto, unido a que el acuerdo de París, aunque de obligado cumplimiento, no supondrá la imposición de sanciones a aquellos países que declaren emisiones por encima de lo aceptable, deja un marco de inseguridad si, por infortunio, se da el caso de que existan países que no cumplen lo acordado. En casos así no quedará más que condenar públicamente tales hechos, aunque eso es algo que no siempre ha surtido un efecto satisfactorio en la sociedad internacional, como bien podemos observar en conflictos de toda índole en los que hay muchos países implicados.

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Con todo, y en definitiva, procede aplaudir el acuerdo de la COP 21, pero procede también mantenerse expectantes y críticos ante las actuaciones y políticas de nuestros Gobiernos de aquí a 2020, y de entonces en adelante. Y, como siempre, mantenerse concienciados e implicados con el cambio climático, un problema que, insisto otra vez, nos afecta a todos.

 

Josu 2SA

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